10/12/09

Campanas al amanecer

Las luces de neón iluminaban malamente el pasillo del hospital.
Hacía una hora que estaba allí, sentado en ese banco. Esperando noticias. Pero, para él, era como si hubiera pasado un siglo. Cada vez que lo pensaba le parecía más y más inverosímil lo ocurrido.

Era tarde, el teléfono sonaba en la mesa de luz. Prendió la luz del velador y se fijo en la hora. Las 5 de la mañana. "Maldita sea!!" exclamó, "espero que sea algo importante."

El identificador de llamadas indicaba que quien llamaba era Jorge, su vecino de al lado. Hacía poco que se habían empezado a organizar en una guardia de vecinos, cansados ya de los desmanes que venían ocurriendo en el vecindario.

Habían organizado un sistema de alerta simple, basados en los teléfonos del vecino más cercano. Cuando detectaran algo extraño, debían llamar al vecino cercano y al 911.
De ese modo, más de un vecino estaría al tanto en caso de problemas. Nunca lo habían puesto a prueba aún. "Siempre hay una primera vez" pensó.

A Jorge lo escuchó nervioso y ansioso a la vez; le dijo que lo habían despertado ruidos al lado de su casa y había visto una sombra que pasaba por su entrada. Con toda la casa cerrada, se aprestaba a llamar a la policía pero, antes, decidió avisar porque la sombra andaba cerca del muro que compartían. No sea cosa que se metiera en la casa del vecino. Además, era lo que indicaba el nuevo sistema de alerta vecinal.

Recorrió la casa para asegurarse que todo estuviera cerrado. De pronto, vio una sombra que asomaba. Claramente un hombre que sube al paredón y salta hacia su patio.

Preocupado, fue a su habitación y tomo la reglamentaria. Puro reflejo. Ni siquiera fue consiente de ello; sabía muy bien lo que podía suceder, los medios todos los días informaban de situaciones parecidas. Él conocía esa realidad, la vivía a diario por su trabajo.
No iba a tomar riesgos. Despertó a su mujer y le pidió que llame al 911 y que no se moviera de la habitación.

La sombra se acercaba a la puerta trasera. Él se parapeto detrás de la heladera y espero.

Luego de luchar un rato con la cerradura, la sombra entró a la casa. Los años de entrenamiento hicieron que le diera la vos de alto. La sombra no respondió y continuo avanzando hacia él. Algo destello en su mano derecha.
No lo dudo más y apretó el gatillo. La sombra se detuvo en seco y, suavemente, cayó al piso.

Prendió la luz y se acercó lentamente. En la casa, el disparo había despertado al resto de la familia. Se escuchaban los murmullos arriba. El cuerpo había caído boca abajo y no se movía.

Observó que, cerca de la la mano derecha, se encontraba un reproductor MP3. Ahora, más cerca del cuerpo, podía escuchar el sonido apagado que se colaba desde los auriculares. El tema le pareció conocido.

La peor de las pesadillas empezó a tomar forma cuando, al dar vuelta el cuerpo, reconoció a su hijo mayor, herido, agonizante.

Y ahora estaba aquí, en este pasillo mal iluminado del hospital; donde había llegado manejando como un endemoniado. El personal de guardia, que lo recibió, decidió rápidamente que había que trasladarlo al quirófano. "Apresúrense, su vida pende de un hilo", comentaban.

Y luego la espera. La interminable espera en ese pasillo mal iluminado. A su lado, un policía le apoya la mano en el hombro y le señala la salida de los quirofanos.
Desde allí, un médico sale y se dirige hacia él. Lo reconoce como al cirujano que operaría a su hijo. El médico se le acerca, y le dice: "¿Ud es el padre de Gonzales?" "Sí", responde. "Tengo malas noticias..." empieza a decir el médico...

Él se desconecta de todo. De fondo, el reloj de la capilla comienza a dar los campanazos de la hora. De pronto, como fuera un presagio de lo que le tocará vivir por delante, reconoce el tema que sonaba en el auricular. "Hell's Bells", las campanas del infierno.




Hells Bells – AC/DC Music Code

. . . from fes

Cerrando ciclos, la esperanza eterna.

Por alguna razón tenemos la tendencia a cerrar ciclos para empezar de nuevo. Hay miles de ejemplos y fin de año es, sin dudas, el más conocido.

¿Porque se da esto? Creo que se relaciona con que vemos la vida como una sucesión inmensa de ciclos, de inicios y finales que se entretejen y superponen y que, en su conjunto, determinan lo que denominamos nuestra vida.

Incluso, "la vida" pasa a ser un ciclo en un contexto mayor; de ahí, supongo, la preocupación sobre que pasa después de esta vida. Llamese reencarnar; resucitar; cambiar de dimensión; vivir en un mundo paralelo; vivir para siempre en un paraíso o a padecer en el averno; ser transportados al Nirvana; o como quiera que cada uno defina lo que supone que pasará una vez que el ciclo de nuestra vida llegue a su final e, inevitablemente, muramos.
Extrañamente, no se habla mucho de lo que ocurre antes de nacer. ¿Será que el pasado no nos preocupa tanto como el futuro?.
Jugando un poco con las palabras, olvidamos que "mañana" será el pasado de "pasado mañana".

Frases alegóricas sobre el final hay muchas. "Todo concluye al fin, nada puede escapar; todo tiene un final, todo termina", reza en una estrofa de una conocida canción. "Neo, todo lo que tiene un principio, tiene un final", sentenciaba la pitonisa al poderoso protagonista de la zaga Matrix.
Supongo que se podrá encontrar esta misma inquietud en otros textos; el tema del principio y del final parece ser una preocupación constante.
Poco importa lo que ocurra durante, especialmente si lo que ocurre no nos agrada.
Curiosamente, es en estos casos cuando necesitamos, queremos, pedimos, rogamos, imploramos que la mala racha termine. Que haya un nuevo comienzo. Vislumbrar ese nuevo comienzo hace que revivamos un poco y estemos dispuestos a acarrear nuestra cruz unos metros más.
Eso que nos hace recuperar fuerzas de flaquezas tiene un nombre muy conocido por todos. Se llama "Esperanza".

Cuando las cosas vienen mal, queremos la oportunidad de empezar de nuevo pues esperamos tener una nueva chance en la que nos toque mejor suerte. Mejores cartas.
Esperamos que lo nuevo sea mejor. Sin razones, sin lógica, casi sin fundamentos, creemos que, por el simple echo de llegar a una fecha determinada, el milagro se hará realidad.

Somos capaces de recorrer mil veces el mismo camino esperando que el paisaje cambie; que los obstáculos desaparezcan; que los errores no se repitan; que las oportunidades que no vimos se nos muestren; para así, esta vez, poder aprovecharlas.
Esperamos que las cosas cambien milagrosamente; pero repetimos, quien más quien menos, los mismos pasos y los mismos errores.

Creemos que algo infinitamente poderoso puede torcer nuestro malhadado destino. Lamentablemente, olvidamos que desde el momento de la creación nos han echo un hermoso regalo, "libre albedrío"; esto es, "la potestad de obrar por reflexión y elección".

Como todo regalo celestial, tiene su lado amargo. Es genial como el Creador nos ha dado la posibilidad de manejar completamente nuestras vidas; y como, simultáneamente, se ha sacado el peso de tener que dirigirnos y/o hacerse cargo de nuestros problemas, errores u omisiones. Nos dio libre albedrío; la potestad de obrar y elegir es nuestra.
Y nosotros, felices, lo agarramos, lo tomamos como propio sin leer la letra pequeña. Nunca escuchamos que "ahora que vos elegís... hacete cargo!".
Porque "libre albedrío" implica que nadie nos obliga a nada. Lo que hagamos será producto de nuestra reflexión y elección. Y, por lógica, que la responsabilidad por el resultado es... nuestra más allá de la buena o mala intención.

Lo simple y concreto es que el futuro depende y dependerá, en gran medida, de nosotros. Que nadie va a cambiarnos. Que las cosas se obtienen con esfuerzo y sacrificio. Y que no hay nada que nos asegure un futuro de amor y felicidad.
Somos artífices de nuestro destino y debemos tomar las riendas de nuestras vidas, regocijándonos de los aciertos y haciéndonos cargo de nuestros errores.

Pintarnos la cara color esperanza no alcanza, hay que ponerse el mameluco y obrar en consecuencia.
Pero... Mierda!!!... como nos cuesta creer que podemos.

2/12/09

Dialogo con Migo

Hoy iba para el trabajo y, además de prestar atención a los cruces de las calles, pensaba.
Si, a veces me pasa.

Como quien no quiere la cosa, estamos en Diciembre, se cuelan en la mente las imagenes de Navidad y Año Nuevo; es inevitable en esta época.

Y, como suele suceder, surge la tentación de hacer un balance ante el año que termina.
Y así, esquivando peatones y tratando de calcular la ruta menos peligrosa para cruzar sin que me lleven a pasear en algún paragolpes; surgen preguntas.

¿Porque hay que hacer un balance?
¿Que pasa si no quiero caer en la rutina "findeañera" de hacer un resumen y poner en la balanza lo acontecido durante el año; para luego determinar si fue un buen año o no?
¿Que pasa si no quiero que termine?
¿Que hay de malo en no querer reducir un año de mi vida a un número para luego compararlo con los anteriores? ¿Para qué?
¿No se puede tener un año malo (estadísticamente hablando)?
¿Acaso mi plata no vale?

En fin... Preguntas, y más preguntas. Una cosa es clara, no haré ningún balance.
Seguiré caminando en el borde buscando ese detalle que hace que cada día valga la pena. Sin la más peregrina idea de lo que me depara el destino en el tiempo porvenir. Esperando una (otra) oportunidad de amar...

No se olviden de ser felices!
No te olvides que ser feliz depende, en gran medida, de vos.